domingo, 19 de enero de 2014

Amores de mis entrañas



Hay deseos que nos acompañan desde los contextos sociales en los cuales hacemos vida, y hay otros deseos que vienen desde un lugar especial de nuestra alma, y como agradecimiento a la vida que mayor deseo que ser padres y madres…

Desde las distinciones de la terapia de Constelaciones Familiares, hoy les quiero comentar sobre los hijos nacidos y no nacidos que como tal forman parte de nuestro sistema familiar. Así es, nuestros hijos “no” nacidos también forman parte y cuentan como hijos.

¿Qué hace que no tomemos en cuenta los hijos no nacidos? Pienso que las causas o razones pueden ser diversas, mas hay una en especial que tiende a estar con frecuencia entre dichas causas, y es el dolor de la perdida, ante el dolor de no poder tener a ese hijo, una forma de “sanar” u “olvidar” es negando el hecho ocurrido, como una forma de suprimir el sufrimiento que esto genera, bien sea por una perdida natural o inducida.

¿Dolor y sufrimiento es lo mismo? Desde una comprensión ontológica no lo es, el dolor está asociado al espacio físico – biológico, esto podemos situarlo en el proceso de perdida como tal, y el sufrimiento es el juicio que deriva post perdida. Esto quiere decir que nuestra mente se ancla en el “hubiese sido”, “de haber nacido ahora tendría…”; es estar y generar pensamientos entre el pasado y el futuro, no estando disponibles en el aquí y ahora.

Cuando procedemos a negar la existencia de nuestros hijos no nacidos automáticamente los excluimos, quitando de esta manera el espacio que ellos tienen por derecho en nuestro sistema familiar. Esto trae como consecuencias: problemas de conductas de los hijos nacidos, otorgar responsabilidades a hijos nacidos que no le corresponden, predisponer la entrega de amor a los hijos nacidos, transferir miedos de pérdidas innecesarias, entre otros.

¿Cómo sanar el dolor de lo ocurrido? Reconocer y asentir el proceso de pérdida es un gran avance, es hacer conciencia de que somos padres desde el momento de la concepción, es en sí, dar su lugar a ese ser maravilloso que vino a nosotros con un mensaje y poder aceptar que un ser vive el tiempo que le toca vivir, sin hacer juicios de un futuro inexistente.

El abrazo es sanador, y aún más cuando conscientemente en ese abrazo acogemos a todos nuestros hijos, a los presentes y a los ausentes. Es decir a nuestro ritmo y proceso de sanación los hijos que tenemos, sin justificar lo que es… ¡yo tengo dos hijos maravillosos! ¿Y tú?

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